2/22/2008

ZamorAmor (I)

La camarera de aquel tranquilo bar.


Abro la puerta, el sonido de aquella música me tranquiliza. Hacía mucho tiempo que no sentía esa sensación de calma y paciencia entre la gente al entrar en un lugar público. Será el tiempo que he pasado sin frecuentar esos lugares debido a mi obligada reclusión del febrero universitario… o será la compañía.
Nunca me había fijado en las lámparas, no hacen juego con el resto del mobiliario, sin embargo, me vuelvo a centrar en los sonidos del bar. El tono de las voces no sobrepasa al de aquel jazz lento, tan lento que parece moverse al ritmo de los pasos de la mujer que atiende cuidadosamente a los clientes mientras les procura un posavasos por cada caña o refresco. Esa camarera es nueva en este sitio, me llama la atención. Nunca la he visto sonreír, pero tampoco es grosera. Por su físico, diría que tiene unos 25 años y pocas ganas de comer. Ahora ha salido de la barra.
Nos trae las cervezas.

Creo que ya sé porque me he fijado tanto en ella, es su mirada, no sé cómo explicarlo, pero me transmite una profunda amargura que me lleva a pensar si estará bien.
¿Qué estará pensando mientras limpia esos vasos?
Ahora ha salido su jefe. No se han hablado. Mi compañero me está contando cómo le ha ido el día y no estoy escuchándole, sólo me dedico a mirarla.
Me encantaría poder hablar con ella.

Poco a poco se hace de noche en Zamora, las mesas se van quedando vacías y nosotros nos levantamos para pagar la cuenta, pero observo que debajo de la barra hay tirado un carné de identidad y me paro a recogerlo. Es el de la camarera, lo había perdido mientras barría bajo los taburetes.
Mientras me acerco a entregárselo, veo en el dorso que es de Madrid. Cuando se lo entrego, sin yo haber dicho ni una palabra, comienza a hablarme.

La camarera y su padre vinieron a Zamora para ocuparse del bar, pero están enfadados porque ella no quiere estar aquí, echa de menos su gente y no le gusta la ciudad. Desea irse cuanto antes.
Yo le contesto que aquello que decida estará bien para ella. También le cuento lo que mi compañero y yo vamos a hacer esta tarde, la obra que vamos a ver en el Teatro Principal, la cena que nos pegaremos en la zona de los pinchos y si se alarga la noche, la bajada por algún bar de Los Herreros.
Le ofrezco la idea de poder venir con nosotros.
La camarera sonríe y sus ojos parecen enormes y brillantes estrellas.
Le ha encantado la idea. Sin dudarlo, va a venir.


Lucía Mateos Pérez