10/08/2008

Al viaje

El aire sabía a tomate en salsa picante y sal. Soltamos nuestros caros equipajes y nos montamos en aquella guagua llena de gente nueva hasta ese momento, por lo menos, para quienes no disfrutaron de su presencia en la fría península años atrás. Los mañicos y canarios nos saludaron con un aplauso, eterno, fuerte, que duraría cuatro inolvidables días. Rodando hacia el hotel me di cuenta de que el paisaje era muy diferente de lo que había esperado, los edificios simulaban casitas de muñecas coleccionables que competían por ocupar el puesto en primera línea de playa, pero su tierra era oscura hasta confundirse con la clara agua del mar.

En aquella isla eché de menos el color verde.

De las explicaciones que nos ofreció el guía durante el paseo, solamente recuerdo su dislexia y aquellas historias que acaban con anécdotas personales bastante graciosas. Aún recuerdo dónde vive su querida enamorada y ni siquiera la conozco. Tras la obligada información acerca de la zona más consumista de la ciudad llegamos a la recepción del Astoria y Manuel, un hombre de pelo blanco, ojos al estilo oriental y con una silueta que parecía describir sus pocas ganas de comer, nos atendió muy atentamente como era obligación del organizador del evento, mientras nos dio las instrucciones necesarias para tener una estancia tranquila y sin altercados. Lástima que siempre estemos distraídos en esa parte del discurso.

Pero fuimos chicos buenos.

Las hamacas estaban esperándonos junto a la piscina en el cielo de la isla, pero si hay algo que no llegamos a descubrir fue el querido jacuzzi dividido en días y sexos. Causas por las que ya no merecía la pena acudir. Al igual que el gimnasio, ambientado musicalmente para sudar, plagado de hombres-espalda y guardado por porteros de discotecas paraninfos. Y entre pimpones, squash y billares pasábamos las tardes nubladas, soleadas y lluviosas. Algunas con canapés, otras con mousses de plátano y chocolate o con móviles que pretendían darse un baño.

Los ascensores nunca se cierran si la gente lleva falda. Da igual hombres o mujeres.

Esta vez, la puntualidad para estar preparada y vestida en el rellano no fue conmigo en este viaje y las cintas y lentejuelas se entremezclaban en los dedos durante los desfiles y recorridos por las plazas. Pero todo salió bien, menos filas. Menos mi voz dos días después mientras caminaba por las dunas y saboreaba la arena.

El molino rojo cerraba sus puertas mientras me duchaba y vestía, cuando alguien llamaba por teléfono explicando que “lo mejor que te puede suceder en esta vida es que ames y seas correspondido” o picaban a la puerta para regalarte una camiseta genial. Aún así, los rodapiés celosos destrozaban meñiques a su paso.

Las niñas y algunos no tan niños han permanecido en el hotel casi las tres noches del viaje a la hora de salir de fiesta. Fallo y desilusión. Normal, yo también me hubiese quedado si mi baño estuviese lleno de espuma y jugara con patitos de goma. Aún así se salió, la primera, la segunda y la tercera, que fue la vencida.

La fiesta de Las Palmas, la música de hace años, la salsa y el merengue.

Nunca olvidaré mis inicios en los bailes latinos gracias al ritmo de los hermanos, grandes hermanos. Empecé con un cinco, pero llegué al ocho y medio. Sólo me falta otro viaje a la isla.

Y los bailes con Rubén “barra baja, el rubio”, por pensar que Carlos y yo hacíamos muy buena pareja sin darse cuenta que esa pareja era de nenas.

Las fotos con Ari, Conan y los músicos geniales. Ceferino en el rellano esperándome con su tarro de mojo picón que logré pasar en el equipaje de mano. Isabel, siempre sonriendo y atenta a nuestros bailes. Las chicas de Zaragoza, una por una hasta llegar a seis.

El corazón de los guanches, el murmullo de la brisa.

Las tiendas Bed´s, señal. Mar con piedritas y piedras y muchas carcajadas.

Ahora viajo rodeada de oscuro asfalto por todas partes menos por una. Y aunque el color sea algo parecido, aquel vergel siempre tendrá una belleza sin par, donde el sol siempre tiene rayos de oro y su pasodoble lo describe como si naciese cada día.

España tiene un Jardín.








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3 comentarios:

Manuel Rodríguez Gago dijo...

Jous...que bonito!
Y es verdad que ese pasodoble que nos puso los pelos de punta el primer dia, tenia mucha razón.
Porque España tiene un jardín, yo diría un pequeño paraiso rodeado de belleza que flota tan lentamente como la arena de las dunas, como el motor de las guaguas, como el trato tan simpático de la gente...
Asi son las Islas Canarias, y asi las recordaremos siempre, o será mejor que las volvamos a ver, ¿no?
Eso espero.
un beso

Urraco dijo...

Que relato mas chulo del viaje.
La próxima vez que volvamos, Manu tendrá la mayoría de edad, y yo llevaré zapatos... o no, o yo que sé.
El año que viene mas y mejor.
Besos Luci.

Manuel Rodríguez Gago dijo...

Ju, me encanta releer el texto precioso que te quedó!

:D